Muchas personas disfrutan jugando a un juego de azar de vez en cuando en casa de apuestas en Perú. El elemento de riesgo contra recompensa da a los jugadores un pequeño subidón de emoción, incluso si no ganan, y la mayoría de las veces se disfruta como una actividad social, ya sea apostando en un deporte como las carreras o jugando al póquer con unos cuantos amigos.
Pero como ocurre con muchas sustancias y experiencias que nos hacen sentir bien -como comer, comprar o beber alcohol-, pasarse de la raya puede transformar lo que debería ser una fuente ocasional de diversión en una dependencia mental.
En 2013, se actualizó la sección de trastornos relacionados con sustancias y adicciones del Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales. La ludopatía solía considerarse una compulsión, motivada por la necesidad de aliviar la ansiedad.
Pero ahora se reconoce como una adicción similar a la adicción a sustancias.
¿Qué es exactamente lo que hace que el juego sea adictivo?
La respuesta no es tan sencilla como «a la gente le encanta ganar dinero y le gusta aún más ganarlo, así que se pasa de la raya».
Apostar en exceso puede provocar alteraciones drásticas en la forma en que el cerebro envía mensajes químicos, y los jugadores suelen tener disposiciones genéticas o psicológicas que los hacen propensos a jugar demasiado. Estos factores pueden iniciar la espiral descendente de una persona hacia la adicción.
El cerebro se condiciona a querer más y más para activar su sistema de recompensa, hasta el punto de que su cableado mental se altera significativamente, y volver a la normalidad requiere deshacer semanas, meses o incluso años de impacto negativo.
¿Qué le ocurre al cerebro?
Para entender la adicción al juego es necesario comprender un poco cómo funciona el cerebro de forma natural cuando realizamos actividades placenteras.
Nuestro cerebro tiene una serie de circuitos conocidos como sistema de recompensa. Están conectados a varias regiones del cerebro, especialmente a los centros del placer y la motivación.
Las experiencias gratificantes -como recibir un cumplido, mantener relaciones sexuales, realizar una tarea o ganar un juego- hacen que nuestro cerebro envíe señales a través de neurotransmisores: mensajeros químicos que estimulan o deprimen las neuronas del cerebro.
El principal neurotransmisor del sistema de recompensa es la dopamina. Cuando se libera suficiente dopamina debido a actividades estimulantes y placenteras, experimentamos euforia y placer, y nos sentimos motivados (especialmente para volver a hacer esa misma actividad).
Cuando se consumen drogas, éstas crean un subidón al aumentar la dopamina que se libera en el sistema de recompensa hasta 10 veces más que la cantidad que generarían las experiencias gratificantes naturales. Esto también ocurre con el juego.
Las investigaciones y los estudios sobre el efecto del juego en el cerebro indican que éste activa el sistema de recompensa del cerebro de forma similar a como lo hacen las drogas: liberando una mayor cantidad de dopamina. Por eso la gente se siente inicialmente atraída por el juego: es una experiencia muy gratificante.